INSTITUTO DE ESTÉTICA

Naturaleza, lengua y escucha

Comentario al libro de Elisa Loncon Txayenko (Eco de la cascada) Autobiografía

Claudia Lira Latuz
Académica Instituto de Estética

Adquirir una nueva lengua es adquirir un alma nueva
G.I. Gurdjieff

Pukem, invierno, hoy se inicia el invierno, estamos en el solsticio… una de mis alumnas tesistas, se llama Pukem, ella escribirá reflexivamente sobre los conceptos Askintun “observar detalladamente” y Allkütun “escuchar atentamente”. Cuando nos reunimos a hablar de su tesis me dijo a través del nütram - la oralidad, el arte de la conversación, en la que una persona “mayor” habla de su vida, de su cultura, de la historia de su pueblo; o en una conversación siempre poética, no sólo porque es profunda, sino porque apela también a la “memoria” - que había aprendido ya grande su lengua y que su profesor le había enseñado no en una sala sino recorriendo el territorio, indicando los nombres, pero a la vez señalando el “trato”, la relación o vínculo con los seres, con la vida. Ese trato es el yam o respeto. En un libro leí lo siguiente respecto del yam entendido como crianza: “me dijeron que “los winkul o cerros hablaban, que había que andar muy callado dentro de ellos sólo por respeto. Nos enseñaron los remedios, y cómo funcionaban los menoko, pues al lado inmediato del fundo había un gran menoko (un ecosistema de agua y tierra donde convergen cientos de plantas medicinales). Nos enseñaron el yam a los txayen-ko (cascada), pues muy cerca de su casa había un hermoso salto de agua, el cual a lo lejos visitábamos y orábamos en actitud de máximo respeto.

En El eco de la cascada de Elisa Loncon observamos y escuchamos las huellas de una vida vinculada con el territorio y una conciencia del valor de la lengua. Percibo su libro como nütram, desde el cual recibir crianza, si dejamos de lado lo que la mente quiere comentar, si nos abrimos a escuchar. Quiero a partir de esto recoger algunas semillas en su tiempo el invierno.

“Fue la Chucho Margarita Marinao, madre de mi madre la que nos metió en lo más profundo del piwke (corazón) el cariño y el amor a nuestra cultura y la importancia del kimün mapuche”. La sabiduría que viene del sabor de la vida, de la experiencia y que nos dice que lo saboreado es sabido, es decir, aprendido/comprendido, pero que es la experiencia constante y el contacto resonante, sensorial/afectivo, el sentimiento, el que con los años da comprensión y, con ello, la consciencia del valor de las cosas. Es esa consciencia lo que nos da la fuerza para persistir, luchar e ir al ritmo de los cambios necesarios para que aquello que debe salvaguardarse, llegue a donde debe estar.

La infancia, es un momento donde las impresiones del mundo nos tocan impregnándonos de sensaciones y sentimientos que nos darán un sello, un modo de ser. Muchos pierden la memoria de esas impresiones. Recuperarlas es recuperar las voces de la naturaleza, de la familia, de lxs profesorxs. Elisa dice de su infancia que fue una vinculada al espacio y a las especies: “mi madre nos enseñaba el canto de las ranas que vivían en el humedal y que cantaban en invierno”. El invierno, fase que recrudece las carencias…sin embargo, las carencias económicas pasan entre juegos cuando es la naturaleza la que nos cobija. Para mí una infancia percibida como crianza, donde se enseña el vínculo con la tierra, la vida y el agua no es realmente pobreza, aunque hallamos pasado hambre. En una sociedad como la actual niñas y niños sin esta conexión crecen con un vacío y un hambre existencial que los enferma, los inquieta. Sin saber que les falta, insaciables, intentan llenar ese vacío con cosas.

Ser guiada para percibir los ciclos, comprender que cada ciclo tiene su afán, un momento para sembrar, otro para cosechar, para escuchar a las ranas o ver las luciérnagas es riqueza. Elisa nos cuenta:“De la tierra extraíamos alimentos para comer y a ella le agradecíamos todo lo que nos daba, celebrando nuestras ceremonias”. (29)

PP citadas libro Txayenko Elisa Loncon 1

Este comentario me hace recordar la primera novela del mundo escrita por Murasaki Shikibu, en el Japón del siglo X. Es lo mismo, la misma sensibilidad, delicadeza, atención observante y escucha, solo cambia la transcripción de los sonidos de la naturaleza del japonés al mapuzugun.

En este contexto de apertura, de plena sensibilidad, el de la infancia, recibimos, aprendemos la lengua, que fluye naturalmente cuando se nombra y, al mismo tiempo, nos indican el cómo relacionarnos con cada cosa. Una lengua, guarda las percepciones de las relaciones entre el tiempo y el espacio, guarda imágenes, sensaciones, sonidos, olores, colores, impresiones del existir. Pero una lengua no está completa sin la escucha. Podemos emitir sonidos y no ser escuchadas. Podemos oír y no escuchar, no solo porque no hablamos una lengua sino porque no hay voluntad para escuchar, no hay atención. La oralidad necesita de la disposición a escuchar y, en ese trance, juega un rol primordial, la o el que dice las palabras. Su experiencia se siente o trasunta en ellas. Cuando la vida y no solo la erudición las inunda, lo que se dice “impresiona” de un modo radical. Perder una lengua, no es solo la desaparición de unas normas, un léxico, sino la perdida de una presencia, de una existencia que resonó en la vida. Lo que somos, la calidad de nuestro ser si filtra en la lengua, si hemos llegado realmente a sentir, a tener sentimientos, como la gratitud, la fe, la compasión, el dolor, nuestras palabras hacen explotar los diccionarios, porque la palabra amor dicha por Cristo o compasión dicha por Buda, o poyewun dicho por Elisa, traspasan el corazón.

Que significan, que peso tienen las palabras dichas por el anciano de 80 años Pichunantü, al que cita Elisa: “nuestros hijos no hablarán mapuzugun, ya entró otro aliento al patio de mi casa…no hablar mapuzungun sería equivalente a perder la voz, a quedar mudo”.

Esta cita permite tomar conciencia de la relevancia de la ruta recorrida por Elisa Lonkon, su lucha académica y política por aprender, difundir, actualizar y colaborar para generar propuestas para la educación intercultural donde el aprendizaje de la lengua es crucial. La conciencia de Elisa advierte: conservar la propia lengua es un derecho humano fundamental.

Elisa aclara que el mapuzungun no es una lengua muerta sino una lengua amenazada. Hubo tiempos en que se prohibió hablar, muchas personas dejaron de hablar por miedo o vergüenza, no querían ser discriminadas. Las lenguas vulnerables son aquellas que desaparecen de los espacios públicos, las que no se actualizan. Los huilliches se resisten al mapuzugun, Elisa dice que tienen la misma gramática, solo tiene diferentes léxicos y algunos acentos distintos. Ellos dicen que pronuncian distinto porque se les metió el viento en la lengua.

Percibo las lenguas como las plantas, flores, frutas, verduras o animales, es decir, son una muestra de la biodiversidad. Siempre moviéndose, transformándose, pero con un trasfondo estable. Estandarizar, imponer lenguas es semejante al monocultivo, quizás no lo vemos. Pero los monocultivos afectan a la totalidad de la vida, irrumpe en el ritmo natural provocando desastres. Cada mirlo, por ejemplo, crea sus propios cantos, hay especies de aves imitan a otras y otras repiten secuencias en distintas horas del día y como dice el dicho popular… para conocerse a sí mismo canta el pájaro. Así el ser humano habla y cada habla es un eslabón en el tejido cósmico una forma de ser humano en el decir.

Sabemos que prohibir hablar una lengua, no enseñarla o imponer un modo de comunicarse tiene que ver con el poder, no solo ocurre ahora, con la obligación de aprender inglés en los colegios, en las universidades, ha ocurrido muchas veces. Los japoneses prohibieron el coreano cuando invadieron ese territorio e impusieron su idioma. No muchos saben, pero la difusión del quechua, según los expertos en esta lengua, no fue una imposición inka sino resultado de la conquista.

La pregunta es ¿cómo enseñar el idioma mapuche?. Existió incluso el temor/prejuicio, entre los mismos mapuches, de que el mapuzugun afectaba el aprendizaje. Primero quiero volver a lo que he aprendido de mis alumnas tesistas y de Miguel Utreras, el valor de la oralidad, donde la lengua se comporta como la vida. Donde se danzan y cantan los sentidos, los que nunca se dicen exactamente del mismo modo, aunque se repita una historia. Este valor fundamental del modo de comunicarse y dialogar, puede jugar en contra de la lengua misma, advierte Elisa en el texto.

Desde ahí, destaco el trabajo de su tesis doctoral que tiene como antecedente su reflexión junto a otras y otros respecto de la creación de palabras nuevas, que nominen lo que pertenece a los nuevos contextos culturales, por ejemplo, como decir escuela: primero se pensó en chillkatuwe ruka, la casa para estudiar, pero no pegó porque era muy largo, así quedo solo en chillkatuwe. Otro ejemplo, fue el lápiz wiriwe de wirin hacer rayas y we el instrumento para hacerlas, así el escritor será wirife. Elisa dedica un capítulo completo de su tesis doctoral al proceso de sufijación para crear palabras nuevas, usando ejemplos de neologismos en el lenguaje pedagógico y urbano, en el ámbito jurídico y en la señalética. (103)

PP citadas libro Txayenko Elisa Loncon 2

Quiero nominar los ejemplos para destacar lo sensible/reflexivo de este proceso que, además, pasa por el cedazo de la consulta comunitaria, es decir, no es una labor desvinculada de la realidad. Así, microondas se dice eñum-ke iyael we calentar comida. Mientras otros son procedimientos mixtos de préstamo-composición como twitertufe un twitero 103 Este último comenta puede ser provocador para quienes solo entienden la lengua desde su uso tradicional. Las palabras para video negümkülechi az o pegelzuguwe televisor no son tradicionales, pero se están usando, son mapuzugun. (104 -105)

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Por último, quiero destacar la relación entre lengua y mujer. Las enseñanzas, la crianza de la madre, donde sueños, emociones, afectos se expresan en lengua materna. Algo que me contó un amigo que estudió en Alemania y que tiene como segunda lengua este idioma, también, habla español e inglés. Nació en Transilvania. Un día le pregunté en que idioma hablaban en su casa. Me dijo que cuando se juntaban a almorzar o cenar hablaban todos en su idioma materno y, que cuando el tema de conversación se ponía algo filosófico, hablaban en alemán. Que interesante le dije, hum contestó, no me había dado cuenta hasta que me preguntaste me dijo.

Una madre, ¿es solo una madre?, una mujer es solo una mujer, qué impresiones deja ese ser dispuesto y disponible, que nos tuvo en su vientre y que nos alimentó. Algo misterioso e indescriptible, ontológica y epistemológicamente, se traspasa a través de las palabras escuchadas desde la expresión femenina. La ternura, el amor, el cariño, el poyewüm, no es debilidad, sino la más alta conciencia a la que podemos aspirar como seres humanos. Lo plantea el budismo en el Metta Sutta. “Así como una madre protege a su propio hijo a costa de su propia vida, de la misma forma uno debería cultivar un corazón sin límites hacia todos los seres”. Pero si lo decimos en mapuzugun y hablamos de poyewün, en nuestra sociedad hay resistencia. ¿A que sociedad podríamos aspirar/acceder si observamos y sentimos físicamente el origen de esa resistencia comprendiéndonos?

Toda traducción es el reverso de un brocado
Okakura Kakuzo