Entre el 28 y 30 de mayo se realizan diversas actividades en torno al Día del Patrimonio a nivel nacional. En la UC se busca dar a conocer a la comunidad el valor patrimonial material e inmaterial que inunda la institución y su historia. Nuestra directora, Lorena Amaro, participó de la conmemoración y para ello, escribió dos textos en que reflexiona sobre los cambios que han tenido lugar en Campus Oriente, y el impacto que ha ejercido el espacio en su propia trayectoria y sobre quienes han caminado entre sus paredes.
A continuación, el texto de nuestra directora Lorena Amaro escrito para la guía patrimonial:
"Cuando escribí un texto para esta guía patrimonial -editada cuidadosamente por Macarena Cortés y mi querido amigo Pepe Rosas, junto a su sólido equipo—, jamás hubiese imaginado que en los meses siguientes me vería por tanto tiempo separada del Campus Oriente. Sacando cuentas, mi vida, casi toda, ha girado en torno a este espacio. Entré por primera vez en una visita escolar, y me impresionó la belleza monacal de los espacios; poco después, en 1990, ingresé a la carrera de Periodismo. Son estos treinta años de habitar un lugar los que me autorizan a decir, cuando recibimos a los visitantes del Instituto, que soy más antigua que el mobiliario del Campus.
En todo este tiempo he podido ser testigo de grandes transformaciones del recinto: la migración de varias carreras, entre ellas el Instituto de Filosofía, hermano de Estética; la instalación de la Facultad de Artes, la construcción del nuevo Centro de Extensión. Pero no solo el lugar ha cambiado. A menudo me pregunto cuánto me ha transformado a mí. Hago esta consideración para invitarlos a pensar nuestra relación con los espacios universitarios, a los que asistimos no solo a recibir unos contenidos y lograr aprendizajes específicos. En la línea de los giros epistemológicos de los últimos años –giros que nos revelan la agencia de las materialidades—, pienso cómo el espacio, hasta en sus más pequeños detalles, deja huella y moldea a otros seres. Esto es algo que el pensamiento más arcaico intuía y que retorna en nuevas y sofisticadas teorías de Haraway, Barad, Latour, Bennett y otres que piensan el mundo como enredos, concatenaciones de lo viviente y lo no vivo, de las especies y los objetos que configuran lo real, de la agencia no siempre humana, de las materialidades y hacer sobre lo humano. ¿Quién sería yo, hoy, si en un nivel material, sensible, no hubiese formado parte de este espacio? ¿Qué marcas va dejando en nosotros la piedra?
En el texto que escribí para esta guía me referí a los pasillos que hablan, al recuerdo de los naranjos, las tardes pasadas en las canchas, atrás. Conforme envejezco, asocio el campus más con mi juventud que con mi presente. Imágenes que atesoro y que se borrarán un día. Sin embargo, cuando eso ocurra, las palmeras del frontis, los arcos y sombras de los corredores patrimoniales, las enrederas que reptan y trepan por los patios seguirán murmurando sus historias y moldeando otros corazones y vidas. Campus Oriente perdurará, formando espíritus reflexivos, centrifugando los tiempos de la vida y de los recuerdos, en una época en que el apuro y los discursos de la efectividad, el finalismo y el éxito no dan tregua y apenas permiten pensar.
En la guía que hoy se presenta, donde se habla de los orígenes y se describe la materialidad arquitectónica del campus, es posible percibir también la huella de las experiencias a las que me refiero; al valor patrimonial se suma esta otra singularidad del valor, algo intangible e incluso fantástico: el campus como una máquina del tiempo y un bastión de resistencia a las urgencias del mercado, en pro del pensamiento, la crítica, el saber habitar que artistas y humanistas buscamos transmitirles a las nuevas generaciones.
En esta línea, el profesor Ramón López destaca en la guía el carácter fronterizo de un campus entre dos barrios, cercano a sectores residenciales donde se espera que permee el conocimiento, la cultura y el arte haca las comunidades vecinas. Como el profesor López, yo también celebro que la universidad haya consolidado, cito, “su destino académico y ciudadano, activando un plan de desarrollo y modernización que lo abra al barrio y a la ciudad”. De cara a las nuevas experiencias de fragilidad biológica y ecológica, este programa vinculante parece más valioso que nunca. Conectar a la comunidad, establecer diálogos ciudadanos, convidar a muchos más para que se suban a la maravillosa máquina del tiempo que es toda universidad, son las tareas que nos esperan en los próximos años. La palabra compartir es fundamental: compartir este espacio creado para la reflexión, la escucha y la pausa. Compartir su memoria, forjada en grandes alegrías, pero también en el dolor y las luchas de la dictadura y los anhelantes proyectos de la reforma universitaria.
Como nunca, deseo volver al campus para compartir. Para que nos reencontremos con nuestro proyecto social de universidad y podamos inaugurar el nuevo Centro de Extensión, que nos acercará, espero, no solo a la comunidad vecina, sino al país, a través del arte, la cultura y la discusión intelectual, actividades que en esta pandemia han revelado toda su potencia imprescindible, sin la cual la vida se oscurece y se apaga. Guardamos muchos tesoros: los archivos de la Facultad de Artes y los archivos teatrales; los objetos de pueblos originarios y las piezas artísticas del Depósito Gandarillas, los espacios exhibitivos de Galeria Macchina y Espacio Vilches, la tecnología en pos de la conservación y la restauración en el Taller 26. El Instituto de Estética, con sus puertas abiertas para todes. Se suman los libros, la música que a diario oímos por los patios, el quehacer incesante de les estudiantes y el testimonio de sus cuerpos que cantan, actúan, pintan y reflexionan.
La profesora Romy Hecht escribe, en la guía, sobre el paisaje dual del campus, equilibrada entre “cerramiento y apertura, color y sombras, bullicio y silencio”; el profesor Luis Prato propone la imagen de un “laberinto de ladrillo y luz”. Yo pienso el campus nostálgicamente, con ganas de volver, y lo imagino como una matriz; un espacio de protección pero también de metamorfosis. Un conjunto material, histórico, vivo, que nos transforma y con ello propicia los cambios profundos que la apurada y frágil sociedad que habitamos necesita".
Este sábado, nuestra directora participó de una actividad sobre el Día del Patrimonio, para la cual escribió estas palabras:
"Pasillos que hablan
Quien no se haya detenido en uno de los largos corredores de Campus Oriente a escuchar el lejano sonido de un fagot, o a observar la última instalación de los estudiantes de artes visuales en el piso, no ha vivido aún la experiencia de un lugar que, por su origen, es propicio a la meditación, la reflexión y la observación de la belleza. Transitar por sus espacios, como suelen confirmarlo nuestros visitantes e invitados, es hacer un recorrido por otros tiempos, más lentos y más humanos.
El edificio comenzó a ser construido por el arquitecto Juan Lyon Otáegui en 1926. De estilo neorrománico, albergó, en el límite de las actuales comunas de Ñuñoa y Providencia, a las monjas de la Congregación del Sagrado Corazón. El convento se erigiría también como colegio, uno de los primeros de la zona oriente de Santiago. Y en 1971 pasaría a manos de nuestra universidad, para recibir a un gran número de estudiantes de carreras humanistas y de las ciencias sociales, como Filosofía, Letras, Teología, Educación, Derecho, Periodismo, Teatro y Música. Hoy permanecen las carreras de Estética, Arte, Teatro y Música y Pedagogía de la Religión, una comunidad de estudiantes, profesores y funcionarios que disfruta su relación con el medio, a poca distancia de la Plaza Ñuñoa, centro de la actividad ñuñoína, y el teatro UC, uno de los teatros universitarios más importantes de América Latina. Con el tiempo nos hemos acercado también al centro, con la instalación de nuevas líneas de transporte urbano que en pocos minutos nos vinculan con el resto de la ciudad.
El dulce aroma de los naranjos, el verdor del patio de la Virgen, la misteriosa gruta, la parra que da sombra y frescor en la glorieta, el aire gótico del patio de la biblioteca, el canto de los pájaros en las canchas de atrás, las conversaciones en el borde de la antigua piscina, son tan solo algunas de las imágenes del Campus, los fulgores y sombras de un edificio que durante la dictadura se convirtió en un símbolo de encuentro y resistencia.
Hoy existen nuevos proyectos y edificios, que bajo la dirección del arquitecto Fernando Pérez Oyarzún, complementan su traidcional estética. Tenemos, así, el moderno edificio de la Facultad de Artes, o el nuevo Centro de Extensión, que esperamos sea un lugar de encuentro cultural sobre todo para los vecinos de Ñuñoa, La Reina, Providencia, Macul y otras comunas aledañas.
En el segundo piso, al final de una misteriosa escalera, los estudiantes han encontrado durante décadas las oficinas del Instituto de Estética, donde aún es posible pisar los antiguos suelos de madera y sentir en sus corredores que el Campus late, crece, murmura sus viejas y nuevas historias