Elixabete Ansa, directora del Instituto Interdisciplinario de Estética UC.
Estimadas autoridades; Decano Representante del Instituto Interdisciplinario de Estética, Alexei Vergara; Decano de la Facultad de Filosofía, Olof Page; Jefa del Magister en Estéticas Americanas, Patricia Espinosa; Jefe del Magister en Estudios de Cine y Audiovisual Pablo Corro; estimadas/os colegas investigadores y profesores del Instituto Interdisciplinario de Estética. Saludo también muy cordialmente a Ana María Méndez y Beatriz Pérez, Coordinadoras de la Licenciatura y los programas de Magister; a Héctor Vergara, Diseñador y Sofía Gallardo, Periodista, quienes levantan el área de difusión y comunicación del Instituto, y por supuesto, muy estimadas/os estudiantes y familiares, gracias por acompañarnos.
Es un verdadero placer llegar a esta instancia de celebración para compartir entre profesores, estudiantes y allegados lo que ha sido una trayectoria intensa de pensamiento y creación, la cual adquiere a partir de ahora otra forma, pero esperamos que siga acompañando a quienes hoy se gradúan de la licenciatura o de magister. Tal y como han conocido de esta instancia los colegas del Instituto, suelo aprovechar este momento para insistir en un quehacer propio de nuestro oficio: enfatizar la responsabilidad que tenemos de ofrecer una formación académica propia de las disciplinas que nos atraviesan —la filosofía, la historia y teoría de las artes, la literatura, los estudios de la cultura y los medios, los estudios de la imagen— y a la vez, no descuidar los modos en que estas disciplinas ofrecen herramientas para pensar tanto el pasado como el presente. Este último elemento temporal y social se siente particularmente complejo en la actualidad. Los signos de una crisis climática y las campanas de deseos bélicos que desafían con hacer sonar varios representantes políticos de los poderes hegemónicos mundiales inscriben el ejercicio de pensar en un contexto muy poco propicio para ver algo más o diferente de lo que las miles de imágenes que consumimos diariamente nos instan a ver.
A propósito de ver, cabe recordar que hemos visto sin interrupción en nuestra pantallas el genocidio de la comunidad palestina en Gaza, los avatares de la Guerra en Ucrania, las elecciones triunfales de Javier Milei y Donald Trump, hemos visto también la desaparición de Julia Chuñil en Chile, lleva más de 120 días desparecida, y hemos visto también como el Gobierno decretaba un estado de excepción por agapón eléctrico, mientras que otro estado de excepción, el que se aplica desde hace más de 1000 días en la región del Bio-Bio y la Araucanía, sigue vigente. En la mayoría de los casos, hemos visto también de manera paralela, casi en continuidad con estas imágenes, multiplicidad de gags y memes de perros, gatos, conejos o serpientes (según los gustos y las fobias de cada una), los últimos modelos de coches, ropas, robots y aplicaciones de IA, gags y memes humorísticos —porque una necesita descansar—, entre ellos los que tomaron lugar en el Festival de Viña del Mar, todo lleno de polémica, y con la misma intensidad vimos también a los últimos afortunados de recibir una estatuilla en los Oscars, también con su polémica, como sabemos… y de tanto ver, ver muertes atroces de infantes y ver actrices super estrellas con sus últimos vestidos de gala, en este orden intencionadamente desordenado, parecemos ser parte de una comunidad que solo ve eso, movimiento de imágenes, imágenes que van y vienen.
En los años sesenta y setenta Herbert Marcuse, filósofo y sociólogo germano-estadounidense, sensibilizado con la sociedad del espectáculo proponía analizar la dimensión alienante de la misma a través de la categoría de la UNIDIMENSIONALIDAD. Desafiando la apariencia de brillo que suplementa la publicidad acoplada al capitalismo tardío, explicaba el modo en que estas imágenes funcionaba como contención de las diferencias. A Marcuse le interesaba particularmente el modo en que se diluían en aquel entonces las diferencias de clase, el modo en que en las sociedades avanzadas el trabajador negaba su pertenencia a la clase proletaria tomando en cuenta las condiciones de explotación paupérrimas de comienzos del desarrollo industrial; la negación de la conciencia de clase la procuraba principalmente el desarrollo tecnológico y la sensación de alejamiento que este procura de las labores más físicas asociadas al proletariado.
Y fue también Marcuse, quien en esa misma época, y quizás refiriéndose a modelos democráticos como la Unidad Popular, en un momento en que América Latina aún no se insertaba completamente en la sociedad del consumo, confiaba en que la tecnología pudiera tener, en esta región, una capacidad transformadora. En Un ensayo sobre la liberación, de 1969, compartía lo siguiente:
“La libertad depende, por cierto, en gran medida del progreso técnico del avance de la ciencia. Pero este hecho nubla fácilmente la previa condición esencial: a fin de convertirse en vehículos de la libertad, la ciencia y la tecnología tendrían que cambiar su dirección y metas actuales, tendrían que ser reconstruidas de acuerdo con una nueva sensibilidad: la de las exigencias de los instintos vitales. Entonces se podrá hablar de una tecnología de liberación, producto de una imaginación científica libre para proyectar y diseñar las formas de un universo humano sin explotación ni agobio. Esta gaya scienza solo se concibe después del rompimiento histórico en el continuum de la dominación, como expresión de las necesidades de un hombre nuevo” (Un ensayo sobre la liberación, 1969).
Desde el 2025 y habiendo incorporado en nuestras mallas e investigaciones teoría crítica con respecto al género, somos capaces de identificar con inmediatez el anticuado concepto de “hombre nuevo” que empleaba Marcuse en aquella época, pero es más desafiante ponernos a pensar en los modos en que la tecnología —como la IA, las redes sociales, la robótica y el criptomundo, una tecnología al alcance de todas/os/es— realmente nos puede liberar de la explotación y la enajenación. La tecnología y estas imágenes en constante movimiento que consumimos a diario —la última vez que pregunté en la sala de clases la duración media de conexión era de 4 horas diarias— nos hacen seres desafectados, mermando cada día la capacidad de conmovernos por más de dos segundos por las injusticias que conocemos a diario. Sabemos que Chile sigue siendo el país con mayor desigualdad económica de América Latina, que impulsó en el 2019 una demanda por la educación y salud pública, y una jubilación real, por el reconocimiento fidedigno de que el territorio chileno es un territorio plural en material de naciones y comunidades. Hoy, como adelantaba, seguimos sin encontrar a Julia Chuñil y se mantiene el estado de excepción que decretó el presidente en 2022, por no decir la obviedad de que seguimos sin tener una educación y salud pública de calidad, ni una jubilación digna.
El brillo y los colores de las imágenes en movimiento son ejemplo del devenir unidimensional de la especie. Peter Sloterdijck en uno de sus últimos libros que acaba de salir publicado en castellano, presenta sus reflexiones sobre el color gris. Inspirándose en aquella premisa de Paul Cezanne cuando dijo que “Mientras no se haya pintado un gris no se es pintor”, propone que “Mientras no se haya pensado en el gris no se es filósofo”. Y entiende este tratado filosófico-cromático partiendo por la premisa de que es el gris el color que prima en la actualidad. Cito:
“El idilio polícromo engaña; la liberalidad moderna, que invita a la entremezcla, no puede forzar la deseada sociedad arcoíris. Es tarde ya tanto para la desmezcla como para las identidades de color puro. De la suma de los colores particulares no surge, como muestran los experimentos, un color universal brillante, sino que se produce más bien un gris mate parduzco. Ya no puede hablarse del blanco de Melville. El color como de basura constituye el resultado inevitable de la mixofilia posmoderna. En tanto manifiesta esto, la teoría actual del color coloca a su comienzo un fuerte pro nobis. El gris es el color determinante en la actualidad. Susceptible de ser divididido y degradado, escalonado a mil niveles, ese color ya no horroriza a sus observadores como en otra época horrorizaba lo blanco demoniaco, pero tampoco posee ya la fuerza movilizadora que se atribuía al rojo y al negro en los días de su poder de atracción” (Peter Sloterdijck, Gris, 2024)
Quizás, más que el rojo, el negro o el arcoiris, junto a ellos, necesitemos insistir en el verde y el morado, que nos acompañó el sábado en las calles de Santiago. O tomar propuestas situadas, como el gris c’hixi de Silvia Rivera Cusicanqui que se erigía como una propuesta cromático-política de la plurinacionalidad en Bolivia, la tuvimos presente este año, cuando inauguramos en el Día Internacional de la Mujer Indígena una jornada de reflexión y diálogo con artistas indígenas estableciendo vínculos con el Aula de Arte y Artesanías de este campus. Agradezco a la Prof. Dra. Ignacia Cortés por la iniciativa y el liderazgo en la organización. Pero, tomando en cuenta las precauciones de Marcuse y Sloterdijk, deberíamos considerar estos colores y propuestas siendo conscientes de la fuerza normalizadora de la unidimensionalidad, del color gris parduzco, producto de ese sin fin de imágenes intencionadamente desordenadas que consumimos y nos estructuran como sujetos. Habrá que seguir pensando y creando más diálogos, a cierta distancia de tantas imágenes, para ser conscientes de cuáles y cómo nos ayudan a impulsar instintos vitales que re-configuren el bien común. Esperamos haber ofrecido en estos dos años, un espacio propicio para esta reflexión.
Celebramos esta posibilidad e invitamos a las inminentes Licenciadas/os y Magister a no olvidarse de esta labor. Tengan presente que el Instituto Interdisciplinario de Estética va a seguir estando aquí para acoger lecturas, futuras tesis de grado, libros, coloquios, que alimenten y enriquezcan la posibilidad de seguir coloreando, con la misma pasión del infante que tiene aún todo por construir. ¡MUCHAS FELICITACIONES!