Luis Cecereu Lagos
1947-2015
In memoriam
Aún joven ha partido el profesor Luis Cecereu Lagos, maestro de estética, crítica y teoría del cine en el Instituto de Estética de nuestra Universidad, docente de estética general y de teoría e historia del arte en las Universidades de Chile y Diego Portales. Muchos quienes tuvimos por primera carrera Periodismo le debemos el descubrimiento de la Estética. Hace más de 25 años, en el contexto del pragmatismo y de la banalidad de las prácticas de la información, sus clases fueron un encuentro con lo trascendental del arte y la filosofía, con la riqueza de las creaciones simbólicas de las diversas culturas.
Ahora mismo recuerdo sus dilatadas y pormenorizadas lecciones sobre el cuadro “El jardín de las delicias” (1500-1505) de El Bosco o sobre la serie de grabados de Durero sobre el Apocalipsis (1498). Para muchos el encuentro con el Profesor Cecereu fue el descubrimiento de otros horizontes intelectuales. Muchos amigos, hoy reputados académicos e investigadores al concluir sus primeras licenciaturas optaron por la Estética, la Filosofía o la Historia, todo ello gracias a su influencia, la que se manifestó en muchos casos en la circunstancia de dirigir nuestras tesis de grado, tarea que siempre realizó con gran disposición para acoger las ocurrencias de nuestra libertad intelectual pero también con el rigor del maestro que encamina el itinerario teórico de sus discípulos por las sendas más fértiles. Por esos años la salud del Profesor Cecereu lo puso en situaciones muy críticas, entonces sufrimos la inquietud de perderlo precisamente cuando lo necesitábamos como alguien que orientara nuestras carreras. Afortunadamente, y supongo que bajo el influjo de recónditas ganas de vivir, se repuso. Entonces llegamos al Instituto de Estética, unidad académica a la que él pertenecía y que promovía con gran convicción. Gracias a él conocimos a los profesores Fidel Sepúlveda, Gaspar Galaz, Milan Ivelic, entre otros maestros que él admiraba y que nosotros en sus clases confirmamos el fundamento de ese justo aprecio.
En estética pude ser testigo de la no prevista amplitud de los intereses y saberes del profesor Cecereu. A sus conocimientos en las artes plásticas contemporáneas de Japón, Alemania, Estados Unidos y Latinoamérica, que compartía en la Universidad Diego Portales y en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, o a su interés crítico por la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX, cuyos centros personales ubicaba en Rulfo y Paz, sumaba su experticia en teoría y crítica de cine. Para muchos académicos y críticos locales del ámbito audiovisual actual, y en particular para mí, sus lecciones sobre Bergman, Fellini, Kurosawa, Ferrara, Argento, Huston, y especialmente sobre Martin Scorsese, a quien veía como un notable artista y pensador genuinamente cristiano, y a cuya obra dedicó un libro excelente, fueron el estímulo para escoger la cinematografía como nuestro objeto intelectual prioritario. A los años como ayudante de cátedra siguieron los de colega y amigo pero siempre con la actitud de discípulo. Al respecto vale señalar que su maestría llevaba el sello de la humildad, de la generosidad, del escepticismo y del humor, componentes estos últimos, en mi opinión, de una genuina sabiduría abierta y disponible. A esa categoría de maestro de Cecereu el Instituto de Estética de nuestra Pontificia Universidad Católica de Chile le debe mucho. Particularmente por su labor nuestra unidad se ha perfilado como el centro académico chileno más distinguido en la docencia e investigación teórica sobre el cine. Al respecto el profesor Cecereu fue uno de los fundadores y jefe de programa por muchos años del Diplomado en Teoría y Crítica de Cine, exitoso programa que ha formado a centenares de personas. En el contexto de ese programa de formación formamos un círculo de amigos que incluía a profesores y compañeros de la unidad de Educación Continua de la Universidad quienes compartimos alegres encuentros siempre animados por los giros a veces inesperados del humor punzante del Profesor Luis Cecereu. Ese humor era el refuerzo de otro de los sellos de su personalidad, el de su autonomía.
Siempre sus acciones, en el ámbito del trabajo, en sus relaciones académicas, en el corpus de su docencia y en sus dedicaciones administrativas estuvieron determinadas por sus propias convicciones, las que a veces parecían ir a contracorriente según las inercias ideológicas de los tiempos. El profesor fue un ejemplo de quien sirve a sus propias convicciones. A propósito cabe señalar el capítulo de su jubilación y retiro. A pesar de haber podido prolongar su permanencia como docente una vez cumplidos los 65 años, contra el modo habitual, decidió retirarse para vivir más apaciblemente con sus personas queridas en su tierra, San Fernando. Entonces su despedida fue celebrada en un círculo muy íntimo, conforme a su voluntad austera. En fin, lo estamos despidiendo, tengo la certeza que Dios lo ha acogido en su reino, cerca de su querida Madre. Como imagen final de esta semblanza los remito al cuadro “El caballero, la muerte y el demonio” (1513) de Durero, obra que él amaba y cuya complejidad y riqueza transmitía en sus lecciones. En ese cuadro, sobre la templanza y la serenidad del hombre que marcha a sabiendas de su finitud, encuentro elementos admonitorios del modo en que el Profesor partió a la vida eterna, pasando sereno y apacible junto a la muerte.
Gracias profesor, buen viaje.
Pablo Corro Pemjean
Profesor Asociado
Instituto de Estética